Diferencia entre lenguaje oral y escrito tipologia textual
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Retórica y oralidad
Antonio López Eire Universidad de Salamanca La Retórica antigua1, que nació en la Grecia del siglo V a. J. C., era simplemente, en sus orígenes, la «artesana de la persuasión»2, una Retórica fundamentalmente política, para ser usada en la recoleta comunidad de la ciudad-estado, de la pólis, y oral, una Retórica de Ágora3, una Retórica al aire libre. En esa incipiente Retórica nacida en el terreno abonado de la oralidad4, se entiende bien que la etapa de la realización de un discurso llamada «pronunciación» o «representación», en griego hypókrisis, fuese especialmente interesante y que la memoria de los alevines de oradores se ejercitase muy afanosamente en el aprendizaje de fórmulas bien pergeñadas y de comprobada eficacia5. Es evidente que la dicción o estilo de un discurso varía considerablemente según se trate de un discurso pronunciado oralmente o de un discurso escrito. Los medios de comunicación determinan inexorable y decisivamente el mensaje o el discurso en forma y contenido. Todavía más: influyen, incluso, en la lengua, el modo de pensar y la vida social de los comunicantes6. Los discursos de los oradores griegos que han llegado hasta nosotros no coinciden con los discursos realmente pronunciados por ellos, pues sufrieron una redacción previa a su publicación, aunque algunos tienen más aire o aroma de oralidad que otros. Por ejemplo, las Filípicas de Demóstenes parecen más próximas a los discursos realmente pronunciados y por tanto más orales que los ampulosos y tediosos discursos de Isócrates que su autor encomendó directamente a la escritura sin pensar ni por un momento en la posibilidad de pronunciarlos oralmente. Lo cierto es, de todos modos, que los discursos de la Retórica de los antiguos estaban muy teñidos de oralidad, eran fuertemente orales, lo que tiene implicaciones importantes a la hora de juzgar la Retórica de la Antigüedad y confrontarla con la del presente. Revista de Retórica y Teoría de la Comunicación Año I, nº 1 • Enero 2001 • pp. 109-124 www.asociacion-logo.org/revista-logo.htm 1 Queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento a la DGICYT(PB 96/1268). 2 Platón, Gorgias 453 a. 3 A. López Eire, 1998 (a). 4 E. Havelock, 1967. 1982. 1983. W. Ong, 1971. 1982. R. J. Connors, 1986. 5 F. Cortés Gabaudan, 1986. 6 M. Baldini, 1998, 13. logo Se piensa hoy día por parte de algunos estudiosos que el «gran salto», «the Great Leap» o «gran divisoria», «Great Divide», que supuso pasar de la cultura oral –en la que nació la Retórica– a la cultura escrita –caldo de cultivo de la filosofía y de las ciencias– fue un proceso decisivo para el desarrollo del pensamiento abstracto y lógico7. La escritura fue el invento que en mayor medida transformó la mente humana, y la invención del alfabeto supuso realmente el comienzo de nuevas e insospechadas aplicaciones de la inteligencia racional. La primera cultura del hombre es la cultura oral. La invención de la escritura remonta a los sumerios asentados en Mesopotamia a mediados del cuarto milenio a. J. C. En esta segunda fase se registran dos grandes revoluciones culturales, la quirográfica o manuscrita, la primera gran revolución de la escritura o palabra silenciosa, y la gutemberguiana o tipográfica que, a partir del siglo XV, hizo circular profusamente los discursos estampados en letra de molde y convertidos en objeto de muy apetecido y solicitado consumo. En una tercera fase de la historia de la comunicación se reencuentran la oralidad y la escritura. Esto es lo que ocurre en la moderna cultura de los contemporáneos medios eléctricos y electrónicos, medios de comunicación de masas que hacen volar mensajes escritos y orales a la velocidad de la luz dirigidos a un número cada vez mayor de receptores. Estas novísimas tecnologías se prestan por igual a la oralidad y la escritura, y además aceptan “lenguajes” de diferentes códigos, de manera que los mensajes escritos y orales, indiferentemente, adjuntados muchas veces a signos de distinta codificación y de comunicación no verbal (imágenes, pictogramas, ideogramas, melodías identificadoras, etc.), se trasladan en forma de mensajes sincréticos de un punto a otro del globo con mayor velocidad que antaño las epístolas o los mensajes verbales del mensajero. En la cultura de la oralidad manda el oído, en la de la escritura la preeminencia es del ojo y en la moderna cultura de la electrónica tienen la misma importancia el espacio visual y el acústico. Pues bien, la Retórica es anterior al proceso de la cultura quirográfica denominado por McLuhan «la fractura entre el ojo y el oído», mientras que la filosofía y por ende la ciencia dependen ancilarmente de la escritura, pues fue ésta la que proporcionó al hombre la posibilidad de formular pensamientos abstractos imposibles de expresar en la inmediatez del contexto propio de la comunicación oral. La escritura separó, además, diametralmente el sujeto y el objeto del conocimiento8, una separación que, en cambio, no era viable en la inmediata comunicación oral, necesitada de contextos cercanos al orador y al oyente. La recién nacida Retórica era, sin duda, una actividad centrada en discursos muy locales, muy contemporáneos, simultáneos con la acción que intentaban, muy apegados al aspecto inmediato y concreto de la causa en ellos solicitada o defendida, muy íntimos, muy pragmáticos y directamente enderezados a la consecución de los objetivos particulares que en cada momento interesaban al orador y aderezados de la forma en que mejor obtuvieran una respuesta emotiva. Me estoy imaginando, en la Grecia del siglo V a. J. C., a un siracusano noble y rico pleiteando para recuperar sus tierras, confiscadas y expoliadas por el tirano recién depuesto, ante un jurado popular en el nuevo régimen democrático; y a un ateniense haciendo subir a la tri- 110 Antonio López Eire 7 J. Goody-I. Watt 1963. E. Havelock, 1967. 1982. 1983. W. Ong, 1971. 1982. 8 M. Baldini, 1998, 21. buna de oradores a su mujer y a sus aún pequeños hijos para mover a compasión a los jurados a punto de decidir con su voto la sentencia absolutoria o de pena capital. Yeste dato es importante: mientras que en la mayoría de los géneros de la literatura ática uno se encuentra con extranjerismos o rasgos de otros dialectos literarios en mayor o menor proporción, en la oratoria griega todo es puramente ático, como si los oradores fuesen conscientes de la acuciante necesidad de emplear en sus discursos palabras y giros castizos y lo más genuinamente áticos posible. Aquella sociedad de las ciudades griegas de la Siracusa y la Atenas del siglo V a. J. C., en las que nació y se afianzó la Retórica, aunque ya conocía la escritura, la empleaba en contadas ocasiones porque era fundamentalmente oral, es decir, en ella la política se desenvolvía por cauces de oralidad a base de discursos directos en las asambleas de ciudadanos, el sistema judicial se ponía en práctica por procedimientos asimismo de naturaleza oral, pues las acusaciones y defensas se hacían verbalmente primero ante los magistrados y luego ante los conciudadanos que ejercían de jurados-jueces (dikastaí), los contratos comerciales se fijaban mediante discusiones y tratos de palabra, cara a cara, entre las partes, las noticias no se leían impresas en los periódicos sino que se difundían a modo de rumores en la plaza pública, en el Ágora, que venía a ser como el «living-room» o sala de estar de la comunidad de cultura oral. Esta cultura oral, de Ágora, es bien distinta de la cultura escrita o letrada, la cultura basada fundamentalmente en la escritura, y, en consecuencia –esto es bien fácil de entender–, también son diferentes entre sí un sinfín de rasgos socio-políticos y lingüístico-retóricos que acompañan a cada una de las dos culturas, la oral y la escrita. En las sociedades orales, en efecto, se da más la conciencia política por la que el individuo se considera a sí mismo un elemento del grupo que es la comunidad en la que está integrado. En cambio, en las sociedades letradas florece con profusión la personalidad individual. Con la cultura quirográfica se inicia un proceso de «destribalización» o desapego de las tradiciones, usos y normas tribales9 que sólo se frenará en la cultura tipográfica o gutemberguiana que, como es bien sabido, contribuyó extraordinariamente al prestigio y acrecentamiento del uso de las lenguas nacionales. Se ve que el alcance de la difusión de la comunicación tiene que ver con la representación de la integración social y política que de sí mismos se hacen los comunicantes. Cuando se comunica a viva voz en las asambleas, los comunicantes se sienten no más que ciudadanos de la pólis o ciudad-estado; pero si la comunicación se hace preferentemente por carta entre localidades alejadas entre sí –como ocurrirá en la Época Helenística y Romana y en el período de difusión del Cristianismo– los comunicantes se sienten ecuménicos, cosmopolitas o ciudadanos del mundo. Los discursos de la cultura gutemberguiana se hicieron regulares, homogéneos, compuestos en una lengua cristalizada, una lengua común nacional muy gramaticalizada10 , poco cambiante pero muy rica en léxico, muy creativa y reacia a las expresiones formulares (salvo en el caso de las llamadas «lenguas especiales») y muy afecta a la expresión sintética, así como al análisis y a la objetividad del pensamiento. Estos discursos, aunque recuerdan los Retórica y oralidad 111 9 M. McLuhan, 1962. 10 A. López Eire, 1998 (b). de la fase quirográfica, se escriben en una lengua ya muy alejada de la lengua conversacional, lo que no sucedía en la etapa anterior ni, por supuesto, en la cultura de la oralidad. Con el telégrafo, que, inventado por Samuel Morse, inauguró la cultura de la comunicación eléctrica y electrónica, los mensajes superaron en velocidad al mensajero, se rompió la relación estrecha que existía entre las vías de comunicación y la comunicación misma, entre el papiro portador del mensaje y el mensaje mismo. Con el telégrafo entramos en el mundo nuevo de la subitaneidad, un mundo en el que los conceptos de espacio y tiempo se desvanecen, y que se ha convertido en la «aldea global» en que vivimos11. Con la cultura electrónica la Tierra se ha convertido en una «aldea planetaria», por decirlo con McLuhan, y el ojo ya es demasiado lento para la moderna información en la que se entremezclan el espacio visual y el acústico. En esta cultura, el ojo y el oído actúan al unísono, la oralidad y la escritura están al mismo nivel, la comunicación se confunde con la información. Con la televisión, efectivamente, se entremezclan el mundo de la palabra y el de la visión de imágenes adjuntas al mensaje, y así, frente a los rasgos de la palabra escrita, que apuntan a la lógica, a las inferencias, a la objetividad, a las relaciones de sucesión histórica, aparecen en la comunicación televisiva rasgos propios de la oralidad intensificados ahora ya por las imágenes visuales que acompañan al texto y, en suma, por la naturaleza misma del medio, como la desbordante fantasía, la minuciosa y atractiva narración, la contemporaneidad, la simultaneidad, la intimidad, la gratificación inmediata y la rápida respuesta emotiva. Como decía McLuhan, el mensaje es el medio, «the medium is the message». Pero además estos medios que sirven tanto a la oralidad como a la escritura alteran hasta la noción de texto y la mentalidad de los comunicantes y a la vez usuarios. Con la moderna Retórica electrónica12 del momento, que me permite expresarme con textos gráficamente ricos, provistos de representaciones icónicas, diseño de pantalla, variación de fuentes o tipos de letras y todo un arsenal de recursos que procuran una rápida y agradable comunicación e información, y además incitan a la interacción, unos textos fluidos, cambiantes y dinámicos que no necesitan pasar por la imprenta ni el taller de encuadernación, yo me siento dueño, editor y publicista de un texto dispuesto no en estructura lineal, sino modular y jerárquica, que yo envío por el espacio cibernéticamente navegable con rumbo a diferentes lectores y con muy diferentes propósitos, pero sobre todo para que lo lean de una forma más interactiva que un texto editado sobre papel, para que se enganchen del todo a él, para que lo usen. Con la informática ha cambiado el modo de leer, escribir y concebir el texto sencillamente porque se han alterado las formas de los textos. El texto ya no es físico, estable, paginado y provisto de un principio y un final bien definidos, como lo era el libro salido de la imprenta, sino virtual, un hipertexto sin centro ni márgenes, ya no estable ni fijo, sino tan dinámico y fluido que confunde sus confines con los de otros textos, pues, al presentarse como una red de textos que permite al lector buen número de descentramientos según sus momentáneos intereses, está sin duda más centrado en el lector que en el autor13. 112 Antonio López Eire 11 M. McLuhan, 1962. 1965. 12 J. D. Bolter, 1991. G. Hawisher-C. L. Selfe, 1991. W. Horton, 1990. N. Postman, 1992. 13 M. Baldini, 1998, 22. De esta manera, el incremento de interactividad en mi discurso electrónico es tan notable, que no sólo me siento solidario con la Humanidad o ciudadano de las galaxias habitables por el hombre, sino que hasta, a fuerza de identificarme con mis lectores a través de esos mensajes abiertos a la interacción, pierdo del todo la noción de autor. Ni la tribu ni la nación son ya conceptos lo suficientemente amplios para encajar en este nuevo tipo de comunicación, ni la distinción entre mensaje oral, mensaje escrito, ni entre mensajes verbales y no verbales sirven ya para la nueva Retórica del discurso sobre soporte electrónico, un discurso que admite lo verbal y lo no verbal, lo oral y lo escrito y se difunde a través de varios y diferentes medios de comunicación, o sea, es multimediático. Estamos ante un nuevo tipo de discurso que aparece como mensaje comunicativo transmitido por poderosas máquinas de comunicación impensables hace un siglo. Esas potentes máquinas que desafían el espacio y el tiempo y transmiten con idéntica facilidad signos lingüísticos orales y escritos y signos no-lingüísticos de diferentes códigos pero asimilables a los verbales han modificado, como era de esperar, adaptándolo a su naturaleza, el propio mensaje que transmiten, es decir, el nuevo discurso multimediático de nuestros tiempos. Pero, al mismo tiempo, ese mensaje me hace consciente de mi inmersión en un mundo tecnológicamente sofisticado en el que la voz, la imagen y la escritura se entrelazan formando una inextricable maraña, de modo que yo ya no puedo argumentar con largas secuencias lineales, muy racionales y objetivas al menos aparentemente, tal y como lo hiciera Descartes en su Discurso del método, sino que he de hacer uso de comunicaciones más breves, cargadas de elementos emocionales, combinando signos de distintos códigos, recurriendo a imágenes visuales e incluso melodías, para generar de este modo textos que no tienen que ser necesariamente de inferior valor cognoscitivo al de los salidos de la imprenta. Queda, pues, claro una vez más que la comunicación retórica es al mismo tiempo política, o sea, es interactiva y socio-política, por lo que supone de adaptación total a los medios y las circunstancias socio-políticas del momento histórico en el que se lleva a cabo. De ello resulta la gran diferencia entre los textos o mensajes que de los diferentes tipos de comunicación resultan. En las sociedades orales se cultiva con gran esfuerzo la memoria, la enseñanza es en gran medida mimética (los aedos o bardos o cantores de poesía épica aprenden de memoria fórmulas con las que luego versifican) y los textos que en ella se generan abundan en recursos de estilo de naturaleza poética colmados de recurrencias, mientras que la cultura de las sociedades letradas es proclive a la enseñanza analítica que exhorta al análisis y la crítica de las opiniones y saberes tradicionalmente recibidos14 y el estilo de los textos que la acompañan está alejado de la formularidad y la recurrencia poética15. Estas dos series de rasgos, los unos propios y dependientes de la memoria (recordemos que las nueve Musas son hijas de Zeus y Mnemósyne, o sea, «Memoria»)16 y los otros más bien liberados de ella y opuestos a ella, son los que distinguen la «oralidad» de la «escritura », que aparecen enfrentadas en el inolvidable mito de Teut y Tamus que cuenta Platón admirablemente en el Fedro17. Retórica y oralidad 113 14 E. Havelock, 1967, 176 y 208-9. 15 W. J. Ong, 1982, 136. 16 Hesíodo, Teogonía 53 ss. 17 Platón, Fedro 274 c 3. El dios de los egipcios Teut, cuyo símbolo era el ibis, inventó en Náucratis el número, el cálculo, la geometría, la astronomía, el juego de las tabas y los dados, y, por último, el singular instrumento de las letras. Ycuando le enseñó a Tamus, el rey de la Tebas egipicia, todos estos inventos, a éste no le pareció nada oportuno el último de ellos porque, en su opinión, no iba a servir para acrecentar o intensificar la memoria de los hombres venideros, al menos la memoria verdadera, es decir, la recordación desde dentro, sino que incrementaría tan sólo la que logra los recuerdos desde fuera y sin enseñanza, una bastarda memoria que hará –dice– de los hombres sabios aparenciales e insoportables pedantes. El rey Tamus, además de relacionar acertadamente la forma de comunicación con el tipo de cultura de una sociedad o comunidad política, dio toda una lección de Hermenéutica al dios Teut. Se convirtió así en el predecesor de una serie de filósofos hermeneutas modernos que va desde el fundador de la nueva ciencia, Schleiermacher, hasta Gadamer, pasando por Dilthey y Heidegger18. Con la invención de la escritura ya no se recordarán los discursos desde dentro, sino desde fuera, lo que hará surgir una legión de falsos e indocumentados intérpretes que recordarán la hojarasca y no el meollo o sustancia de la sabiduría transmitida. El rey Tamus tenía razón: cuando uno se enfrenta a la escritura, al discurso escrito, ya se ha volatilizado el autor del texto y nosotros tenemos que interpretar ese texto que ya no es sino una especie de partitura «desautorizada», fría, carente de la pasión y el nervio con que la ejecutaba su compositor. Y entonces, ¿cómo interviene o influye el presente del intérprete-lector en sus intentos de comprender el pasado o las coordenadas históricas del texto que lee? Habrá que admitir que sus prejuicios, sus presuposiciones, sus preconocimientos son legítimos y constituyen las condiciones necesarias de la interpretación histórica. Así piensa Gadamer. Pero el rey Tamus tenía y sigue teniendo sus buenas razones para defender la oralidad. Platón, o el Sócrates platónico del Fedro, aparentemente está a favor del rey de la egipcia Tebas, pero, según Havelock19, sin embargo, la dialéctica platónica es precisamente un método, propio de la cultura letrada, de la cultura de la escritura, para romper el hechizo mimético del ensalmo en que venían tradicionalmente envueltos los conocimientos en la antigua Grecia, para así acostumbrar a los discípulos y oyentes a plantearse críticamente las pertinentes cuestiones en torno a la información o enseñanza en cada ocasión recibida. Esto es así, porque en la Historia de la comunicación –como hemos de ver– cada nueva etapa contiene rasgos de la etapa anterior, de manera que Platón, para oponerse al discurso tradicional de corte poético, lleno de recurrencias, oral, comunitario y fácil de recordar en su literalidad, propio de los sofistas20, decidió «escribir diálogos», lo que en principio suena a contradictio in adiecto o contradicción por el concepto añadido, pues si algo reclama oralidad y no escritura es el diálogo, y además no se resiste a contar en ellos poéticos mitos. Pero con esos diálogos escritos y esos mitos contados como mecanismo de subrayado del descubrimiento dialéctico de la verdad pretendía mostrar un nuevo camino o método, el de la dialéctica, por el que la adquisición de conocimientos se lograba al final de una larga cadena temporal de preguntas y respuestas que se formulaban una serie de personajes no previa- 114 Antonio López Eire 18 R. E. Palmer, 1969. 19 E. Havelock, 1967, 208-9. 20 E. Havelock, 1967, 146-57. mente coordinados sobre determinado tema. Pretendía mostrar así que el verdadero conocimiento no depende del prestigio de la tradición o la elaborada forma del discurso, de su carácter más o menos poético, sino del análisis crítico, dialéctico, de las cuestiones. De esta manera derrotaba a la filosofía poética de la oralidad con sus propias armas, con diálogos y con mitos, dos procedimientos comunicativos por naturaleza orales. Pero lo que a nosotros nos interesa ahora es captar con la mayor precisión y claridad posible los rasgos de la cultura oral en el discurso retórico, para así contrastarlos con los de los discursos propios de la moderna Retórica, que es hoy día una Teoría de la Comunicación persuasiva que, sin olvidar el discurso escrito, se tiene que ocupar también de la oralidad, porque el discurso oral a través de los medios de comunicación de masas es hoy día un hecho habitual. Ya adelantamos, al referirnos a la adaptación del mensaje a los medios y circunstancias de la comunicación, que la lengua hablada en público no es, lógicamente, idéntica a la lengua escrita, que la oralidad posee sus preferencias lingüísticas frente a la escritura. La diferencia entre ambas modalidades de comunicación es tan sumamente clara, que ya en la Atenas del siglo IV a. J. C. un discípulo del orador y rétor Isócrates llamado Alcidamante de Elea21 compuso contra su maestro (aunque sin nombrarlo) un panfleto titulado Sobre los que componen discursos escritos o sea sobre los sofistas22. El autor, que al final de su discurso no olvida justificarse de la contradicción evidente en la que ha incurrido al haber escrito un discurso para atacar precisamente los discursos escritos o, lo que es lo mismo, la composición literaria de la oratoria23, nos deja antes fundadas y claramente explicadas las causas que, en su opinión, aconsejan la oralidad frente a la escritura en los discursos. Éstas son, según Alcidamante de Elea, las ventajas de la oralidad frente a la escritura en Retórica: Pronunciar un discurso es más difícil que escribirlo, pues el discurso oral exige rapidez de pensamientos y buena disponibilidad del léxico, y por consiguiente se admira más al orador que habla que al que escribe24. Y, en segundo lugar, al orador que habla en público se le supone inmediatamente por parte de la audiencia la misma capacidad para escribir, mientras que al escritor no se le considera necesariamnete buen orador25. Por otro lado –sigue argumentando nuestro autor– a lo largo de la vida son muchas más las ocasiones en las que resulta útil saber hablar bien en público que aquellas en que resulta conveniente hacer uso de la escritura. En la dimensión socio-política de las «ciudades-estados » o póleis de la época en que vivió Alcidamante eran, efectivamente, muchas más las utilidades del discurso oral que las del discurso escrito26. Retórica y oralidad 115 21 Compuso además un libro de texto de Retórica titulado Museo, del que sólo han sobrevivido fragmentos, en el que se encuentran los gérmenes que dieron lugar a la fingida narración posterior del Certamen de Homero y de Hesíodo. Parece ser que un Discurso mesenio que pronunció condenaba la esclavitud. Sobre los precedentes y las implicaciones retóricas, poéticas y estilísticas de la doctrina defendida por Alcidamante, cf. N. O’Sullivan, 1992. 22 B XXII, 15 Radermacher. 23 B XXII, 15, 29 Radermacher. 24 B XXII, 15, 3 Radermacher. 25 B XXII, 15, 6 Radermacher. Por tanto, sería una pena –sigue exponiendo nuestro autor– quedarse a la zaga de las oportunidades, de las ocasiones oportunas de actuación (kairoí), por no saber sino componer discursos escritos, que exigen –como es fácil de colegir– una mayor dilación o demora en su elaboración que el discurso oral pronunciado al borde mismo de los acontecimientos con el fin de reprender a los que yerran, consolar a los afligidos, amansar a los desesperados que pierden la razón, o autodefenderse de las acusaciones que a uno se le imputan27. ¿Cómo no va a ser ridículo que cuando el heraldo público en una asamblea pregunte «¿quién quiere tomar la palabra?» o cuando ya esté fluyendo el agua en la clepsidra de los tribunales un presunto orador se marche a su casa para allí componer con tiempo indefinido y sin límite, ante su escritorio, un discurso escrito? Si fuéramos tiranos –continúa argumentando nuestro simpático autor–, estaría en nuestras manos convocar las asambleas o celebrar los juicios cuando ya tuviéramos nuestros discursos dispuestos y aprendidos de memoria, pero en una democracia en la que, precisamente por serlo, otros ciudadanos y nunca los mismos son los encargados de las funciones judiciales y deliberativas de la ciudad-estado, no hay más remedio que actuar con la palabra al momento, para lo cual es menester saber improvisar hablando en público28. Además, el acostumbrado a los discursos escritos e incapaz por ello de improvisar con un discurso oral, si alguna vez pronuncia un discurso escrito previamente aprendido de memoria, parecerá un actor recitando su papel o un rapsodo ejecutando su canto, por lo que toda esa convincente sensación de espontaneidad y naturalidad propia del discurso oral y siempre retóricamente tan útil estará ausente de él en su detrimento. Sus discursos, bien trabajados en la elección de las palabras en ellos empleadas, y parecidos más a composiciones poéticas que a discursos verdaderos, darán la impresión de haber sido modelados y compuestos con artificiosa preparación, con lo que colmarán de desconfianza y antipatía las opiniones que sobre ellos se formen los oyentes29. Y hay una prueba decisiva –dice nuestro autor– a favor del anterior aserto: los logógrafos, es decir, los escritores de discursos judiciales para otros, cuando componen sus discursos, evitan a todo precio la exactitud de las palabras y más bien imitan el estilo del discurso improvisado y les parece que lo logran cuando sus productos se parecen lo menos posible a discursos escritos. Pues así parecerán más espontáneos a los jueces y por tanto más dignos de confianza. Y entonces –se pregunta retóricamente nuestro rétor–, cuando hasta los logógrafos consideran que esa manera de proceder, a saber: la imitación de la improvisación, es la que alcanza la meta de la corrección, ¿cómo no estimar precisamente ese tipo de instrucción o educación retórica , o sea, la que nos facilite llegar a pronunciar discursos de esa especie?3 0. Por otro lado, el habituarse a pronunciar discursos escritos lleva consigo este gravísimo inconveniente: Como es imposible contar con un amplísimo repertorio de discursos escritos previamente y aprendidos de memoria para emplearlos en todas y cada una de las ocasiones y cuestiones de la vida, se dará la circunstancia de que quien pronuncia unas veces discursos escritos y otras por necesidad improvisa sus discursos dará la impresión a sus oyentes de llevar una doble e incoherente vida, ya que asimismo su discurso será desigual, unas veces 116 Antonio López Eire 26 B XXII, 15, 9 Radermacher. 27 B XXII, 15, 10 Radermacher. 28 B XXII, 15, 11 Radermacher. 29 B XXII, 15, 12 Radermacher. parecido a una actuación teatral o a una recitación de poesía y otras, en cambio, mediocre y flojo en comparación con la exactitud en las palabras de la que su discurso escrito y aprendido de memoria hacía gala31. ¿Y qué impresión darán un educador, un filósofo o un rétor si son incapaces de transmitir conocimientos a no ser con el libro o los apuntes por delante?32 Por otra parte, el que se acostumbra a los discursos escritos, confeccionados con toda la demora que exigen y comportan la búsqueda y el escudriñamiento de las palabras exactas, el ritmo y la composición verbal, y amoldados al fluir pausado y lento propio de la escritura en sus transiciones argumentales, cuando no tenga más remedio que dedicarse a la improvisación del discurso oral, se encontrará con la mente embotada, confundida y carente de recursos, y le pasará lo mismo que a quien ha estado largo tiempo en cadenas y al salir del presidio se encuentra torpe en su caminar e incapaz de acomodar su marcha a la ligereza de la de los demás33. Luego, asimismo, resulta que para el aprendizaje de los discursos pronunciados no es necesario disponer de tanto léxico ni forzar la capacidad de la memoria como es menester hacerlo para dominar la dicción de los discursos previamente escritos y memorizados, pues en los primeros no se exige al orador más que exponer un argumento con las palabras que primero le vengan a la mente en medio de su improvisación, mientras que en los discursos escritos y memorizados el nivel de exigencia respecto de la exactitud de las palabras es mucho más alto34. Es muy ardua y penosa, en efecto –continúa argumentando nuestro autor–, la labor de memorización de los discursos escritos y resulta sumamente vergonzoso el olvido de parte del texto del discurso aprendido, cuando se produce en plena competición, es decir, en medio del litigio o de la acción política en la asamblea. Ambas penalidades forman parte del aspecto negativo de la oratoria basada en discursos escritos memorizados. En cambio, cuando se improvisa, sólo hay que memorizar los argumentos, pues las palabras se improvisan en el acto. Por el contrario, cuando se pronuncian discursos escritos previamente memorizados, hay que conservarlo todo grabado en la memoria, los argumentos, las palabras y hasta las sílabas35. Ahora bien, los argumentos esgrimidos en un discurso son pocos y capitales o mayúsculos, mientras que las palabras son muchas e insignificantes de tamaño y poco diferenciadas las unas de las otras, y cada uno de los argumentos los expone el orador claramente de una sola vez, mientras que se ve obligado a hacer uso de las mismas palabras muchas veces. Por eso es fácil memorizar los argumentos de un discurso, que son pocos y contables, mientras que la memorización de las palabras, que son infinitas e innumerables, es dificilísima de conseguir y de vigilar para mantenerla y hacerla duradera36. Y aún hay más: Un olvido de algún argumento en el discurso improvisado y oral no tiene importancia, pues siendo fluida y fácil la exposición, como lo es normalmente la del Retórica y oralidad 117 30 B XXII, 15, 13 Radermacher. 31 B XXII, 15, 14 Radermacher. 32 B XXII, 15, 15 Radermacher. 33 B XXII, 15, 17 Radermacher. 34 B XXII, 15, 18 Radermacher. 35 B XXII, 15, 18 Radermacher. discurso oral, ya que no hay necesidad de emplear en él palabras bien pulidas y exactas, siempre podrá el orador subsanarlo fácilmente en el momento en que se aperciba de él. Pero, en cambio, en los discursos previamente escritos que se aprenden y se reproducen de memoria, en cuanto el orador cometa la más leve omisión, trueque, alteración o cambio por efecto de los nervios que le atenazan durante la competición o lid de discursos en la que se halla inmerso, se sentirá impotente, perdido, desorientado, y, en su angustiosa y desesperada búsqueda, estará detenido durante largos lapsos de tiempo y cortado en medio del silencio, mostrando de esa guisa una incapacidad indecorosa, ridícula y difícil de socorrer37. Como a los discursos improvisados no se les exige la misma exactitud, perfección y acabamiento estilísticos que a los discursos escritos, al orador que improvisa se le perdona que tome de segundas un argumento que se le haya olvidado exponer previamente, mientras que al que pronuncia de memoria sus discursos escritos cualquier leve alteración que le haga naufragar en la exposición o zozobrar a lo largo de ella con ridículas interrupciones e indeseables silencios, le hunde en el desprestigio y la vergüenza38. Asimismo, los oradores que improvisan hacen mejor uso para su provecho de las pasiones de los oyentes, pues sin empacho alguno pueden modificar a cada momento su exposición para acomodarse a las apetencias de su auditorio; no así los que pronuncian discursos escritos y muy laboriosamente trabajados y aprendidos de memoria con mucha anterioridad a su encuentro con sus oyentes39, pues resulta que, a pesar del inmenso esfuerzo que éstos han aplicado a la composición y aprendizaje de sus discursos escritos, a la hora de la verdad, al pronunciarlos, con frecuencia no alcanzan la oportunidad, el kairós, ese momento propicio y de madurez y buena disposición del auditorio que todo orador desea para sí en el momento decisivo de la pronunciación de su discurso40. Los que pronuncian discursos escritos que previamente han memorizado no calculan acertadamente su largura y así se hacen odiosos a los oyentes por el exceso de sus dimensiones, que con frecuencia sobrepasan con mucho las por éstos apetecidas en ese momento, o bien, por el contrario, frustran sus esperanzas con un discurso que a la hora de ser pronunciado resulte más breve de lo esperado y deseado por ellos41. Y como nunca se puede prever la muy oscilante opinión de los oyentes, por lo menos el orador que improvisa podrá acompasar su discurso a las cambiantes expectativas de éstos, podrá administrarse bien poniendo su mirada en las posibilidades que, a juzgar por la reacción del auditorio, en el momento decisivo y preciso de la pronunciación del discurso se le ofrecen, acortando o alargando su texto, mientras que quien pronuncia un discurso ya antes escrito y memorizado no dispondrá de esa importante y hasta decisiva capacidad de maniobra4 2. En general, el orador improvisador, es capaz en todo momento de alterar su discurso ajustándolo a las nuevas e inesperadas coyunturas que en todo proceso suelen producirse43, mientras que el orador que lleva aprendido de memoria su discurso previamente escrito está 118 Antonio López Eire 36 B XXII, 15, 19 Radermacher. 37 B XXII, 15, 21 Radermacher. 38 B XXII, 15, 21 Radermacher. 39 B XXII, 15, 22 Radermacher. 40 B XXII, 15, 22 Radermacher. 41 B XXII, 15, 22 Radermacher. 42 B XXII, 15, 23 Radermacher. tan atado de pies y manos a la estructura de contenido y forma de éste, que le resultará muy difícil ya modificarla44. El orador improvisador que practica la oratoria oral podrá utilizar argumentos de la parte contraria, argumentos nuevos e insospechados con los que él no había contado en un principio pero que pueden surgir y de hecho surgen a causa del acuerdo o sintonía de los suyos con los de la parte contraria45; en cambio, los oradores de discursos escritos y memorizados no se atreven a introducir nuevos argumentos inesperados que les haya podido proporcionar el azar, pues pesa mucho en ellos el miedo a romper el efecto estilístico o hacer el discurso disonante por presentar retazos mal cosidos de diferentes estilos, o sea, trazos de exactitud léxica mezclados con rasgos del descuido y desaliño estilísticos propios de la momentánea improvisación. Hasta tal punto están maniatados por el vano y frustrante pensamiento de que la exquisita y laboriosa exactitud en la elección de las palabras no admite en modo alguno los automatismos o improvisaciones46. De manera que –deduce Alcidamante– habrá que seguir llamando discursos a los discursos escritos, pero sin olvidar que éstos vienen a ser respecto de los discursos pronunciados oral e improvisadamente como las efigies de bronce o las estatuas de mármol respecto de sus modelos vivos en carne y hueso. El discurso escrito en el libro produce al ser leído algunas conmociones en el lector, pero en las ocasiones decisivas, en las que hay que actuar social y políticamente, en los momentos propicios y oportunos, en los kairoí –por usar la palabra griega–, es un discurso inmóvil, y le ocurre a él en comparación con el discurso oral e improvisado lo mismo que a las estatuas o pinturas en comparación con sus modelos, a saber: que, representando ellas muchas veces cuerpos que por el deleite de su contemplación son tan hermosos o más que los de verdad, en los que se han inspirado los escultores o pintores, no prestan similar ayuda a la que proporcionan los cuerpos de carne y hueso, aun no siendo tan hermosos y perfectos, a la hora de los trabajos y de las acciones, ya que su utilidad práctica es nula. Pues bien, de la misma manera –nos ilustra nuestro autor– el discurso que se pronuncia improvisadamente en el instante mismo en que se concibe la idea con él expuesta está animado, tiene alma y vive y acompaña a los acontecimientos y los asuntos y se parece por ello a los cuerpos de verdad, de carne y hueso, mientras que el discurso escrito es de una naturaleza similar a la de la imagen desprovista de toda fuerza y operatividad47. Y, por último –concluye Alcidamante–, quien quiera ser un orador de verdad y no un escritor o autor literario, y prefiera saber valerse oportunamente de las ocasiones propicias a destacar por la exactitud de las palabras que emplea, y ganarse la benevolencia de sus oyentes más que la envida de sus rivales, dejar buena impresión de inteligencia y memoria entre su audiencia, y poseer una notable capacidad en el manejo de los discursos adaptada a las necesidades de la vida (entiéndase: de la vida social y política), deberá dedicarse a adquirir el dominio de la técnica del discurso oral improvisado más que de la práctica del discurso previamente escrito y aprendido acto seguido de memoria48. Retórica y oralidad 119 43 B XXII, 15, 24 Radermacher. 44 B XXII, 15, 25 Radermacher. 45 B XXII, 15, 24 Radermacher. 46 B XXII, 15, 25 Radermacher. 47 B XXII, 15, 28 Radermacher. Así pues, el discurso típico de la Retórica originaria, de la primera Retórica que conocemos, la Retórica griega, en una época, los siglos V y IV a. J. C., en la que ya se conocía la escritura alfabética, si bien su uso no se había generalizado, era el discurso oral, porque esta modalidad de discurso era la que mejor se adaptaba a las exigencias impuestas por las circunstancias de la comunidad política del momento, de la pólis o ciudad-estado inmersa en una cultura fundamentalmente oral. El discurso escrito, en cambio, además de prestarse menos a la acción política de cada día, era considerado un discurso carente de «energía», de operatividad o capacidad de acción49. Lo que está diciendo Alcidamante es, simplemente, que el discurso oral es el verdaderamente retórico y político. La Retórica es en sus orígenes oral. Hasta los profesionales «escritores de discursos» imitaban el estilo del discurso oral. Tenemos que llegar hasta el siglo IV a. J. C. para encontrarnos con debates como el precedente sobre el discurso oral o escrito, o con los «diálogos escritos » de Platón en los que se entremezclan rasgos propios de la cultura oral y de la escrita. Pues bien, volviendo ahora a los expertos en la oposición cultural de «oralidad» y «escritura» y, en particular a W. Ong50, el lenguaje del verdadero y originario discurso retórico, que es el discurso oral, el de la cultura oral en la que la Retórica nació, es patético o emocional, redundante, participativo, situacional51 y basado fundamentalmente en la yuxtaposición y la coordinación (es decir, en la mera parataxis), mientras que el discurso de la cultura letrada favorece más bien la hipotaxis o subordinación52. El discurso oral es un tipo de discurso que trata de llegar muy rápidamente a los sentimientos de los oyentes más que a su razón, a base no de palabras previamente escogidas o rebuscadas (lo que daría impresión de artificiosidad) ni de complicadas estructuras sintácticas que exigirían para su procesamiento la vuelta atrás que con frecuencia practica el receptor de la comunicación escrita, sino valiéndose más bien de una estrategia tan sencilla, lineal e inmediata como la de repetir elementos y estructuras lingüísticas que lo autolimitan y lo presentan como un todo cerrado cuyas partes se implican mutuamente sin necesidad de alambicamientos sintácticos; es un discurso que, interactivo en sumo grado, busca sobre todo y por encima de todo atraerse a los oyentes como copartícipes de la opinión sostenida o la acción propuesta, implicándoles en ellas, y que por eso mismo se apega con ahínco a la realidad concreta del momento, y, en consecuencia, como discurso realmente improvisado y directo que busca por encima de todo la eficacia momentánea, no puede permitirse el lujo de la complicación sintáctica y estilística propia del reposado y meditado trabajo de la composición escrita a base de múltiples intentos, pruebas, contrastes, alteraciones y correcciones, que, por otra parte, no daría ningún fruto en la comunicación oral, apegada a la realidad y la operatividad inmediatas. Desde el punto de vista estilístico, en el discurso de la cultura oral, en el discurso de la oralidad, abundan las funciones y estrategias mnemotécnicas, propias también de la poesía, como el ritmo, la aliteración, la asonancia, la repetición, así como el equilibrio logrado a base de contrabalancear los miembros de frase, el paralelelismo y la antítesis. Y, de una manera 120 Antonio López Eire 48 B XXII, 15, 33 Radermacher. 49 B XXII, 15, 28 Radermacher. 50 W. Ong, 1971, 1977, 1982. 51 W. Ong, 1982, 37-50. general, el discurso oral es sumamente redundante y abundante en toda suerte de recurrencias53, en lo que coincide también con la poesía y las producciones literarias orales. En el discurso oral los embellecimientos se logran con gruesos trazos realizados con brocha gorda, frente a la mayor sutileza y precisión del ornato en el discurso escrito. Estas características definen el discurso de la oralidad primaria («primary orality»), que corresponde a culturas orales primarias («primary oral cultures»), las cuales no conocen en absoluto el arte de la escritura54. En aquellas que la conocen, empero, suele surgir un tipo de oralidad que recibe el nombre de oralidad secundaria («secondary orality»). Los discursos de la oratoria griega, tal como han llegado hasta nosotros (recordemos que pasaban por la escritura para su edición), ya no son ejemplos de la cultura de oralidad primaria, sino de una oralidad practicada en la etapa de la cultura quirográfica. Habrá, pues, en ellos rasgos de la etapa de oralidad en la que nació la Retórica y de la cultura de la escritura en la que ya se había entrado. Y asimismo existe en nuestros días, y justamente en las naciones cultural y tecnológicamente más avanzadas, un discurso de oralidad secundaria («secondary orality») rebrotado en la etapa de la cultura electrónica, contaminado con rasgos de las etapas de cultura de la escritura precedentes, que es el que se pronuncia y propaga a través de los poderosos medios de comunicación social que imperan en las comunidades más avanzadas, las cuales participan de la cultura postmoderna de la tecnología y la comunicación de masas vigente en la actualidad. Este tipo de discurso de oralidad secundaria, aunque comparte ciertos rasgos con el de la oralidad primaria (por ejemplo, es también comunitario, participativo y altamente formular), sin embargo, se diferencia de él en que exhibe una especie de oralidad basada ya a todas luces en textos escritos55. Además es un discurso oral con una oralidad especial, no una oralidad «cara a cara», «face to face», sino a través de los medios de comunicación de masas, que, como es fácil de imaginar, imponen sus condicionamientos a todo discurso, hasta el punto de que no es exagerado decir con McLuhan56, que concebía los medios de comunicación como auténticos generadores de la percepción sensorial y la percepción de los valores de las organizaciones sociales, que «el discurso es el medio», «the medium is the message». Según Ong, hay que contemplar esta cultura de la oralidad secundaria, al igual que la de la oralidad primaria y la cultura de la escritura en sus diversas y sucesivas fases, no en abstracto ni aisladamente, sino encadenadas históricamente a lo largo de la evolución histórica de la comunicación, que, al parecer, se nos muestra sometida a una serie de reglas que él explicita. Son éstas, fundamentalmente, tres: 1. Existe un paralelismo entre la evolución de los medios de comunicación y la de la estructura socio-política de una comunidad. De modo que la humanidad ha pasado por la cultura de la oralidad, luego por la de la escritura quirográfica (a mano), más tarde, en el Renacimiento, por la de la escritura de la imprenta y finalmente en nuestros días está pasando por la de escritura sobre soporte electrónico, y cada una de estas culturas corresponde a un grado de evolución de las estructuras socio-políticas de las comunidades. Retórica y oralidad 121 52 W. Ong, 1982, 37-8. 53 W. Ong, 1982, 24 y 38. 54 W. Ong, 1982, 1. 55 W. Ong, 1982, 136-7. McLuhan afirmaba, en esta misma línea, que la evolución del sensorio común individual de los seres humanos es estrictamente paralela a la de las estructuras culturales de las comunidades en las que los hombres se engloban, de manera que el lenguaje oral dominaba en las culturas tribales, el alfabeto hizo emerger las culturas burocráticas y la comunicación electrónica de la actualidad ha hecho renacer las culturas tribales, pero de una tribu nueva y amplísima, la «aldea global», «the global village»57. 2. Cada modalidad cultural deja huellas en la siguiente, de tal forma que, por ejemplo, en la cultura de la primera escritura (la quirográfica) encontramos huellas de la precedente fase de oralidad y en la modernísima cultura actual de la oralidad secundaria hallamos huellas de la fase más evolucionada de la cultura escrita (la de la escritura difundida por la imprenta). 3. La cultura contemporánea, por lo que se refiere a la comunicación, es una cultura que vuelve a la oralidad, pero a una modalidad de oralidad influida por la escritura y no de comunicación cara a cara, sino a través de los poderosísimos y ubicuos medios electrónicos de la actual sociedad de comunicación de masas. En resumidas cuentas, el discurso retórico ideal de nuestra época posee ingredientes que proceden de la oralidad secundaria (es comunitario, participativo, orientado a lo psicológico- social, sencillo en su sintaxis) y rasgos que dependen de la naturaleza misma de los medios electrónicos de difusión (es breve, sincrético y multimediático). Veamos un par de ejemplos, el discurso televisivo y el publicitario: Dirigiéndose el emisor a un público disperso acogido a la intimidad de sus respectivos hogares, y teniendo en cuenta que la televisión tiende a disminuir la distancia psíquica entre hablante y oyente, queda inmediatamente excluido del discurso retórico televisivo actual el tono elevado, enfático y ampuloso que podría ser apropiado en otras circunstancias, y en su lugar se impone el pausado estilo de la conversación de modo que el orador proyecte una imagen de naturalidad y espontaneidad y al mismo tiempo incite al auditorio a participar en el contenido del mensaje58. Otro ejemplo: el discurso retórico de la publicidad y la propaganda59. El discurso publicitario es breve, conciso y emitido con una finalidad muy bien delimitada, por lo que las dimensiones psicológica y política o político-social destacan enormemente sobre todas las demás dimensiones. El moderno discurso retórico publicitario es, en primer lugar, breve y conciso como la misma «marca» publicitada, impresa sobre el propio producto ofertado («Parker. La escritura »); y, en segundo término, multimediático y sincrético, es decir, compuesto a base de signos de diferentes códigos (palabras, música, dibujos, fotogramas); y, además, en razón de su propia modernidad, sometido al inevitable psicologismo de nuestro tiempo, es decir, tanto al principio, enunciado por Pavlov, del enorme poder de las asociaciones instintivas (recordemos al perrito segregando saliva cuando incluso inoportunamente sonaba la campana y se encendía la luz que señalaban sus horas de comida), como a la inolvidable lección freudiana de lo agradable que resulta la relajación del subconsciente, especialmente del fondo subconsciente de la sexualidad. 122 Antonio López Eire 56 M. McLuhan, 1962. 1965. 57 M. McLuhan, 1962. 1965. 58 K. H. Jamieson, 1988. Así se explica un discurso publicitario como éste: aparecen en imágenes de cine y televisión unas jovencitas de buen ver a las que les revolotea la falda dejando apreciar hermosas siluetas y soñar beatíficas sensaciones; y estas mismas atractivas jovencitas pronuncian el discurso retórico publicitario propiamente dicho en forma de cancioncilla ligada a una melodía o jingle, que dice así: «Marie-Claire, Marie-Claire, un panty para cada mujer». Este conciso, multimediático y sincrético discurso publicitario transmite en forma subliminal todo el importante mensaje consustancial con los intereses de la sociedad capitalista de producción y consumo y de comunicación de masas en el que el mensaje publicitario nace y se desarrolla: las innumerables consumidoras sin rostro de los pantys «Marie-Claire» tienen a su alcance, gracias a esta opulenta y paradisíaca sociedad de producción y consumo, la talla y modelo que deseen del ofertado producto con el que podrán parecerse a las modelos que lo publicitan y por tanto resultar muy sexys y hacer estragos con tan erótica apariencia. El valor del prestigio social, la sexualidad complaciente, la belleza evidente y el glamour replandeciente se conjugan en ese anuncio de la fotografía de Marilyn Monroe con la faldita al vuelo ante la sky line de Nueva York en cuyo pie de foto leemos: «Winston, el genuino sabor americano». El atractivo sexual de la virilidad del cow-boy que anuncia los cigarrillos Marlboro y que aparece montado a caballo en la fotografía estática de la valla publicitaria o en los fotogramas móviles y acompañados de jingle (melodía que interviene en el acto de habla retórico publicitario) en el correspondiente spot publicitario ratifica el mensaje que, escrito o hablado, se adjunta a la imagen: «Marlboro. El cigarrillo más vendido del mundo». Estamos en un mundo, pues, en el que la Retórica estudia nuevos discursos, nuevos mensajes pertrechados de signos verbales y no verbales que aparecen amancebados en fructífero concubinato, discursos retóricos orales propagados a la vez que la imagen del orador y discursos retóricos escritos en textos virtuales, en hipertextos descentralizados que se olvidan cada vez más del autor para atender al receptor. Retórica y oralidad 123 59 A. López Eire, 1998 (c) Bibliografía BALDINI, M. “La storia della communicazione”, en L. Rossetti-O. 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Nacida en el año V a.C en la antigua Grecia, la Retórica era simplemente la “artesana de la persuasión” la cual tenía dos enfoques, para ser usada en la recolecta de comunidad de ciudad-estado y al aire libre, y haciendo referencia a esta Retórica, se entiende bien que la realización de un discurso llamada representación, fuese especialmente interesante y que la memoria de los alevines de oradores se ejercitase muy afanosamente en el aprendizaje de fórmulas bien pergeñadas y de comprobada eficacia. Tomando en cuenta los puntos anteriores, se puede afirmar que la dicción o los estilos de discurso pueden varias debido a diversos factores, uno de los principales son los medios de comunicación, los cuales llegan a influir en el mensaje, y de mayor impacto en la lengua, el modo de pensar como en el estilo de vida del comunicante. Por ejemplo: Los discursos antiguos no presentan un contenido similar o en ocasiones no están apegados para nada al real, ya que sufrieron de alguna redacción previa a su publicación, lo cual le aporta un sentido mayor o menor de oralidad. Lo único que se puede afirmar, es que dichos discursos estaban situados en la oralidad, lo que desemboca en un juicio entre la Retórica antigua y la presente. Se piensa hoy, que la línea divisoria que supuso pasar de la cultura oral a la escrita, marcó la pauta para el desarrollo del pensamiento abstracto y lógico. La primera cultura del hombre es la oral y la siguiente vendría a ser la escrita, en esta segunda se resaltan dos grandes revoluciones culturales: la manuscrita y la tipográfica. En una tercera fase, ocurre un reencuentro entre la oralidad y la escritura, lo cual ocurre en este era moderna caracterizada por los medios masivos de comunicación dirigidos cada vez a un número mayor de receptores. Esta era de nuevas tecnologías se prestan por igual a la oralidad y la escritura, además de aceptar lenguajes de diferentes códigos...
Retórica y oralidad
Nacida en el año V a.C en la antigua Grecia, la Retórica era simplemente la “artesana de la persuasión” la cual tenía dos enfoques, para ser usada en la recolecta de comunidad de ciudad-estado y al aire libre, y haciendo referencia a esta Retórica, se entiende bien que la realización de un discurso llamada representación, fuese especialmente interesante y que la memoria de los alevines de oradores se ejercitase muy afanosamente en el aprendizaje de fórmulas bien pergeñadas y de comprobada eficacia. Tomando en cuenta los puntos anteriores, se puede afirmar que la dicción o los estilos de discurso pueden varias debido a diversos factores, uno de los principales son los medios de comunicación, los cuales llegan a influir en el mensaje, y de mayor impacto en la lengua, el modo de pensar como en el estilo de vida del comunicante. Por ejemplo: Los discursos antiguos no presentan un contenido similar o en ocasiones no están apegados para nada al real, ya que sufrieron de alguna redacción previa a su publicación, lo cual le aporta un sentido mayor o menor de oralidad. Lo único que se puede afirmar, es que dichos discursos estaban situados en la oralidad, lo que desemboca en un juicio entre la Retórica antigua y la presente. Se piensa hoy, que la línea divisoria que supuso pasar de la cultura oral a la escrita, marcó la pauta para el desarrollo del pensamiento abstracto y lógico. La primera cultura del hombre es la oral y la siguiente vendría a ser la escrita, en esta segunda se resaltan dos grandes revoluciones culturales: la manuscrita y la tipográfica. En una tercera fase, ocurre un reencuentro entre la oralidad y la escritura, lo cual ocurre en este era moderna caracterizada por los medios masivos de comunicación dirigidos cada vez a un número mayor de receptores. Esta era de nuevas tecnologías se prestan por igual a la oralidad y la escritura, además de aceptar lenguajes de diferentes códigos...
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